Letanías de la tierra muerta, Alfonsina Storni

La raza humana se extinguirá. El sol se apagara algún día. La tierra será un lugar frío, yermo y sin vida. No habrá estaciones en él. La tierra será un planeta que seguirá moviéndose en el espacio, pero sin una planta, sin vida, sin nada. Será como una mujer cuyos hijos hayan muerto. Todos serán lugares, ciudades, asolados y muertos.

Las montañas se convertirán en los únicos espectadores de todo. El mar se congelara y, personificado por el poeta, recordará cuando era surcado por el hombre, cuando las olas se movían líquidas y deseará inútilmente que aquello vuelva, como las playas donde llegaba y descansaba.

La luna seguirá junto a la tierra y será testigo de su lenta muerte. Todo desaparecerá y nada quedará de lo que hubo sobre la tierra y el mar. Desaparecerán las culturas, las razas, momentos y lugares de culto. Una vez arrasada, todos se darán cuenta de lo sin sentido de los conflictos y las guerras.

La tierra únicamente girará sin vida. Los lamentos dejarán de tener sentido. La tierra era el edén soñado, lugar de belleza por sus plantas, paisajes, la vida que en ella había, etcétera. Y el hombre se ocupó y preocupó de destruirse y destruirlo todo. Luchas entre mujeres, hombres, entre familias. Luchas por intereses. Todo lo bueno será aniquilado y así hasta arrasar con todo, incluso el ser humano, dejando sólo los huesos.

Ahora que ya no existe el ser humano, tampoco sabemos si queda algo de lo que erigió en pie, como podría ser una estatua. El ser humano desea que algo de él permanezca como legado, aunque nadie exista. Sería un legado del hombre y de la divinidad. Esta escultura, si existiera, sería extraña para el universo que la observa.

Esta escultura, representación de una mujer, sería algo vivo e inerte a la vez, lo último de humano en la tierra. Será un recuerdo hasta que también desaparezca y con ella todo rastro del ser humano. La poeta desea que algún día un sol vuelva a incidir sus rayos en la tierra y la vida, en ese mar líquido de nuevo, se forme de nuevo y un nuevo ser humano habite la superficie. Pero será imposible. La vida no podrá existir más. El hombre renunció a la vida y se ocupó de acabar con ella. Ese futuro, ese nuevo sol, no encontrara una nueva vida.


Nota de Susana Marín.
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Poema original: Letanías de la tierra muerta

Llegará un día en que la raza humana 1
Se habrá secado como planta vana, 2

Y el viejo sol en el espacio sea 3
Carbón inútil de apagada tea. 4

Llegará un día en que el enfriado mundo 5
Será un silencio lúgubre y profundo: 6

Una gran sombra rodeará la esfera 7
Donde no volverá la primavera; 8

La tierra muerta, como un ojo ciego, 9
Seguirá andando siempre sin sosiego, 10

Pero en la sombra, a tientas, solitaria, 11
Sin un canto, ni un ¡ay!, ni una plegaria. 12

Sola, con sus criaturas preferidas 13
En el seno cansadas y dormidas. 14

(Madre que marcha aún con el veneno 15
de los hijos ya muertos en el seno.) 16

Ni una ciudad de pie... Ruinas y escombros 17
Soportará sobre los muertos hombros. 18

Desde allí arriba, negra la montaña 19
La mirará con expresión huraña. 20

Acaso el mar no será más que un duro 21
Bloque de hielo, como todo oscuro. 22

Y así, angustiado en su dureza, a solas 23
Soñará con sus buques y sus olas, 24

Y pasará los años en acecho 25
De un solo barco que le surque el pecho. 26

Y allá, donde la tierra se le aduna, 27
Ensoñará la playa con la luna, 28

Y ya nada tendrá más que el deseo, 29
Pues la luna será otro mausoleo. 30

En vano querrá el bloque mover bocas 31
Para tragar los hombres, y las rocas 32

Oír sobre ellas el horrendo grito 33
Del náufrago clamando al infinito: 34

Ya nada quedará; de polo a polo 35
Lo habrá barrido todo un viento solo: 36

Voluptuosas moradas de latinos 37
Y míseros refugios de beduinos; 38

Oscuras cuevas de los esquimales 39
Y finas y lujosas catedrales; 40

Y negros, y amarillos y cobrizos, 41
Y blancos y malayos y mestizos 42

Se mirarán entonces bajo tierra 43
Pidiéndose perdón por tanta guerra. 44

De las manos tomados, la redonda 45
Tierra, circundarán en una ronda. 46

Y gemirán en coro de lamentos: 47
¡Oh cuántos vanos, torpes sufrimientos! 48

?La tierra era un jardín lleno de rosas 49
Y lleno de ciudades primorosas; 50

?Se recostaban sobre ríos unas, 51
Otras sobre los bosques y lagunas. 52

?Entre ellas se tendían finos rieles, 53
Que eran a modo de esperanzas fieles, 54

?Y florecía el campo, y todo era 55
Risueño y fresco como una pradera; 56

?Y en vez de comprender, puñal en mano 57
Estábamos, hermano contra hermano; 58

?Calumniábanse entre ellas las mujeres 59
Y poblaban el mundo mercaderes; 60

?Íbamos todos contra el que era bueno 61
A cargarlo de lodo y de veneno... 62

?Y ahora, blancos huesos, la redonda 63
Tierra rodeamos en hermana ronda. 64

?Y de la humana, nuestra llamarada, 65
¡Sobre la tierra en pie no queda nada! 66

*

Pero quién sabe si una estatua muda 67
De pie no quede aún sola y desnuda. 68

Y así, surcando por las sombras, sea 69
El último refugio de la idea. 70

El último refugio de la forma 71
Que quiso definir de Dios la norma 72

Y que, aplastada por su sutileza, 73
Sin entenderla, dio con la belleza. 74

Y alguna dulce, cariñosa estrella, 75
Preguntará tal vez: ¿Quién es aquélla? 76

¿Quién es esa mujer que así se atreve, 77
Sola, en el mundo muerto que se mueve? 78

Y la amará por celestial instinto 79
Hasta que caiga al fin desde su plinto. 80

Y acaso un día, por piedad sin nombre 81
Hacia esta pobre tierra y hacia el hombre, 82

La luz de un sol que viaje pasajero 83
Vuelva a incendiarla en su fulgor primero, 84

Y le insinúe: Oh fatigada esfera: 85
¡Sueña un momento con la primavera! 86

?Absórbeme un instante: soy el alma 87
Universal que muda y no se calma... 88

¡Cómo se moverán bajo la tierra 89
Aquellos muertos que su seno encierra! 90

¡Cómo pujando hacia la luz divina 91
Querrán volar al que los ilumina! 92

Mas será en vano que los muertos ojos 93
Pretendan alcanzar los rayos rojos. 94

¡En vano! ¡En vano!... ¡Demasiado espesas 95
Serán las capas, ay, sobre sus huesas!... 96

Amontonados todos y vencidos, 97
Ya no podrán dejar los viejos nidos, 98

Y al llamado del astro pasajero, 99
Ningún hombre podrá gritar: ¡Yo quiero!... 100

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