Amiga, mi larario está vacío, Amado Nervo

El larario, entre los gentiles, era el lugar designado en cada casa para rezar a los lares, los dioses del hogar. En este caso, la pena del poeta es muy profunda ya que su fe ha desaparecido, ese lugar en el que rezar, orar o, sencillamente, recordar a los que no están y pedir por los que siguen con nosotros, está vacío, carente de sentido, presencia, de contenido.

La primera estrofa habla de esa desaparición de los dioses, dese vacío espiritual que, no sólo en él, parece que se ha expandido a todos los seres humanos. Ya sean personas individuales, parejas, familia… Parece que la pérdida de fe abarca no sólo a la parte más profunda de cada uno, sino a las actividades más cotidianas del ser humano e incluso de la propia fe, como puede ser un matrimonio
En la segunda estrofa, el tiempo se nos presenta como algo destructor a su paso. Asola los edificios dejándolos en ruinas, y sólo deja despojos a su paso. El tiempo se ve como algo que, en vez de dar vida, la quita, dejando los espacios yermos, en los que ni siquiera el canto de un pájaro se oye.

En la tercera estrofa se nos habla del abandono, de cómo éste lo silencia todo, incluso el del sonido del piano. El vacío de la música, su sonido, es algo que da alegría, que indica que hay vida, que no estamos solos. Sin embargo, todo lo que da vida en el hogar se muere y la muerte, metáfora también del tiempo, lo calla todo.

En la cuarta estrofa seguimos ahondando en esa destrucción pero introduciendo el paisaje como algo que se marchita, las flores y, paralelamente a esa destrucción del paisaje, hay destrucción de los sentimientos. El rosal, como metáfora del amor, y el viento sólo mueve la hojarasca y las ramas muertas. Sin que nada más se escuche, porque no queda nada más escuchar.

En la última estrofa ahondamos en esa esa vida que desaparece con el símbolo de la casa desierta. Este lugar, además de un núcleo vital, es el núcleo familiar y, sin embargo es el centro que tendría que ser algo fuerte y que también se destruye. La humedad, el musgo, se va extendiendo por donde antes había vida: las estructuras de la casa, los pilares de la belleza se corrompen y se caen, se derrumban. Todo lo llena el dolor, la muerte y las lágrimas.


Nota de Susana Marín.
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Poema original: Amiga, mi larario está vacío

Amiga, mi larario esta vacío: 1
desde que el fuego del hogar no arde, 2
nuestros dioses huyeron ante el frío; 3
hoy preside en sus tronos el hastío 4
las nupcias del silencio y de la tarde. 5

El tiempo destructor no en vano pasa; 6
los aleros del patio están en ruinas; 7
ya no forman allí su leve casa, 8
con paredes convexas de argamasa 9
y tapiz del plumón, las golondrinas. 10

¡Qué silencio el del piano! Su gemido 11
ya no vibra en los ámbitos desiertos; 12
los nocturnos y scherzos han huido... 13
¡Pobre jaula sin aves! ¡Pobre nido! 14
¡Misterioso ataúd de trinos muertos! 15

¡Ah, si vieras tu huerto! Ya no hay rosas, 16
ni lirios, ni libélulas de seda, 17
ni cocuyos de luz, ni mariposas... 18
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas; 19
el viento sopla, la hojarasca rueda. 20

Amiga, tu mansión está desierta; 21
el musgo verdinegro que decora 22
los dinteles ruinosos de la puerta, 23
parece una inscripción que dice: ¡Muerta! 24
El cierzo pasa, y suspirando: ¡Llora! 25

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