Hojas Secas, Manuel Acuña

El poeta expresa que los versos que escribe serán el vínculo entre dos personas, entre él y su amada, si se separan, porque ella lo ha sido todo para él. El poema es un recuerdo de su relación amorosa y de un final doloroso. Espera ser ese verso que le recuerde para siempre, imborrable expresión de su amor a ella.

Para el poeta, verla le hace sentir que su fe está presente porque amarla es como amar a Dios. Quiere ser parte de su vida, de su camino, compartiéndolo todo a su lado. Todo lo que le rodea tiene que ver con su amada. Quiere ser su amante, su amigo, el pecho en el que se recueste. No puede estar sin ella y esta entregado por completo al amor que siente.

La noche es hora de despedida, no quiere dejar de recordarla. No es un adiós porque cree que todavía haya algo entre ellos. Se siente vacío, seco y ella le da la vida. Es el calor y la luz del sol cada mañana, es la mano que lo cuida, su alimento. Todo eso y más es lo que siente a su lado hasta que ella llegó se sentía muerto en vida.

La imagen del otoño, con sus hojas caídas entre las lápidas de un cementerio, es lo que se acerca al sentimiento del poeta en el presente. Es consciente de que no puedo ofrecerle lo que ella busca ahora, pero sabe que el poeta está a su lado cuando necesite, en los buenos y los malos momentos.

El siente que en su mirada hay más que imágenes del pasado, que todavía queda algo que los une. La soledad es el peor de los sentimientos. Todo aquello que sentía se lo escribe a su madre. La tensión y los nervios al acabar de escribir lo relajan y puede finalmente conciliar el sueño. Durmió, soño y fue feliz con ello, quedando todo lo soñado en el recuerdo.

El poeta nos muestra cómo el amor surgió entre ellos. Cuando se conocieron se sinceraron el uno con el otro, se contaron su vida, la dureza de la misma y fue ese dolor lo que les hizo sentir, aflorar todo lo que llevaban dentro y entregarse el uno al otro. La pérdida de su amada, el tener que separarse de ella le hizo sentir una soledad inmensa. Su llanto sólo podía equipararse al de un niño, por la sinceridad del dolor.

Sentimos que todavía no ha superado esa pérdida, que no puede olvidar lo pasado ni lo desea. El poeta se da cuenta de que ella no lo va a consolar porque ya no lo ama y no quiere que se sienta peor porque lo interprete como nuevo acercamiento y esto le hace más daño. Sin embargo siente que un amor como el que él le dio, no lo encontrara jamás.

Hay una sensación de que ha de pasar un duelo para poder continuar su camino vital. Todo es oscuridad a su lado: la noche, el sonido del búho, el silencio de la música. Incluso la imagen de la virgen está de luto, con su cara tapada. El poeta desea morir y que la mujer que ama sepa que ha sido el verdugo de su final.


Nota de Susana Marín.
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Poema original: Hojas Secas

I

Mañana que ya no puedan 1
encontrarse nuestros ojos, 2
y que vivamos ausentes, 3
muy lejos uno del otro, 4
que te hable de mí este libro 5
como de ti me habla todo. 6

II

Cada hoja es un recuerdo 7
tan triste como tierno 8
de que hubo sobre ese árbol 9
un cielo y un amor; 10
reunidas forman todas 11
el canto del invierno, 12
la estrofa de las nieves 13
y el himno del dolor. 14

III

Mañana a la misma hora 15
en que el sol te besó por vez primera, 16
sobre tu frente pura y hechicera 17
caerá otra vez el beso de la aurora; 18
pero ese beso que en aquel oriente 19
cayó sobre tu frente solo y frío, 20
mañana bajará dulce y ardiente, 21
porque el beso del sol sobre tu frente 22
bajará acompañado con el mío. 23

IV

En Dios le exiges a mi fe que crea, 24
y que le alce un altar dentro de mí. 25
¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea 26
para que yo ame a Dios, creyendo en ti! 27

V

Si hay algún césped blando 28
cubierto de rocío 29
en donde siempre se alce 30
dormida alguna flor, 31
y en donde siempre puedas 32
hallar, dulce bien mío, 33
violetas y jazmines 34
muriéndose de amor; 35

yo quiero ser el césped 36
florido y matizado 37
donde se asienten, niña, 38
las huellas de tus pies; 39
yo quiero ser la brisa 40
tranquila de ese prado 41
para besar tus labios 42
y agonizar después. 43

Si hay algún pecho amante 44
que de ternura lleno 45
se agite y se estremezca 46
no más para el amor, 47
yo quiero ser, mi vida, 48
yo quiero ser el seno 49
donde tu frente inclines 50
para dormir mejor. 51

Yo quiero oír latiendo 52
tu pecho junto al mío, 53
yo quiero oír qué dicen 54
los dos en su latir, 55
y luego darte un beso 56
de ardiente desvarío, 57
y luego... arrodillarme 58
mirándote dormir. 59

VI

Las doce... ¡adiós...! Es fuerza que me vaya 60
y que te diga adiós... 61
Tu lámpara está ya por extinguirse, 62
y es necesario. 63
—Aún no—. 64
Las sombras son traidoras, y no quiero 65
que al asomar el sol, 66
se detengan sus rayos a la entrada 67
de nuestro corazón. . . 68
—Y, ¿qué importan las sombras cuando entre ellas 69
queda velando Dios? 70
—¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras 71
al lado del amor? 72
—Cuando te duermas ¿me enviarás un beso? 73
—¡Y mi alma! 74
—¡Adiós...! 75
—¡Adiós...! 76

VII

Lo que siente el árbol seco 77
por el pájaro que cruza 78
cuando plegando las alas 79
baja hasta sus ramas mustias, 80
y con sus cantos alegra 81
las horas de su amargura; 82
lo que siente pro el día 83
la desolación nocturna 84
que en medio de sus angustias, 85
ve asomar con la mañana 86
de sus esperanzas una; 87
lo que sienten los sepulcros 88
por la mano buena y pura 89
que solamente obligada 90
por la piedad que la impulsa, 91
riega de flores y de hojas 92
la blanca lápida muda, 93
eso es al amarte mi alma 94
lo que siente por la tuya, 95
que has bajado hasta mi invierno, 96
que has surgido entre mi angustia 97
y que has regado de flores 98
la soledad de mi tumba. 99

Mi hojarasca son mis creencias, 100
mis tinieblas son la duda, 101
mi esperanza es el cadáver, 102
y el mundo mi sepultura... 103
Y como de entre esas hojas 104
jamás retoña ninguna; 105
como la duda es el cielo 106
de una noche siempre oscura, 107
y como la fe es un muerto 108
que no resucita nunca, 109
yo no puedo darte un nido 110
donde recojas tus plumas, 111
ni puedo darte un espacio 112
donde enciendas tu luz pura, 113
ni hacer que mi alma de muerto 114
palpite unida a la tuya; 115
pero si gozar contigo 116
no ha de ser posible nunca, 117
cuando estés triste, y en el alma 118
sientas alguna amargura, 119
yo te ayudaré a que llores, 120
yo te ayudaré a que sufras, 121
y te prestaré mis lágrimas 122
cuando se acaben las tuyas. 123

VIII
1

Aún más que con los labios 124
hablamos con los ojos; 125
con los labios hablamos de la tierra, 126
con los ojos del cielo y de nosotros. 127

2

Cuando volví a mi casa 128
de tanta dicha loco, 129
fue cuando comprendí muy lejos de ella 130
que no hay cosa más triste que estar solo. 131

3

Radiante de ventura, 132
frenético de gozo, 133
cogí una pluma, le escribí a mi madre, 134
y al escribirle se lo dije todo. 135

4

Después, a la fatiga 136
cediendo poco a poco, 137
me dormí y al dormirme sentí en sueños 138
que ella me daba un beso y mi madre otro. 139

5

¡Oh sueño, el de mi vida 140
más santo y más hermoso! 141
¡Qué dulce has de haber sido cuando aun muerto 142
gozo con tu recuerdo de este modo! 143

IX

Cuando yo comprendí que te quería 144
con toda la lealtad de mi corazón, 145
fue aquella noche en que al abrirme tu alma 146
miré hasta su interior. 147
Rotas estaban tus virgíneas alas 148
que ocultaba en sus pliegues un crespón 149
y un ángel enlutado cerca de ellas 150
lloraba como yo. 151
Otro tal vez, te hubiera aborrecido 152
delante de aquel cuadro aterrador; 153
pero yo no miré en aquel instante 154
más que mi corazón; 155
y te quise tal vez por tus tinieblas, 156
y te adoré, tal vez, por tu dolor, 157
¡que es muy bello poder decir que el alma 158
ha servido de sol...! 159

X

Las lágrimas del niño 160
la madre enjuga, 161
las lágrimas del hombre 162
las seca la mujer... 163
¡Qué tristes las que brotan 164
y bajan por la arruga, 165
del hombre que está solo, 166
del hijo que está ausente, 167
del ser abandonado 168
que llora y que no siente 169
ni el beso de la cuna, 170
ni el beso del placer! 171

XI

¡Cómo quieres que tan pronto 172
olvide el mal que me has hecho, 173
si cuando me toco el pecho 174
la herida me duele más! 175
Entre el perdón y el olvido 176
hay una distancia inmensa; 177
yo perdonaré la ofensa; 178
pero olvidarla... ¡jamás! 179

XII

¡Ah, gloria! ¡De qué me sirve 180
tu laurel mágico y santo, 181
cuando ella no enjuga el llanto 182
que estoy vertiendo sobre él! 183
¡De qué me sirve el reflejo 184
de tu soñada corona! 185
¡cuando ella no me perdona 186
ni en nombre de ese laurel! 187

XIII

La que a la luz de sus ojos 188
despertó mi pensamiento, 189
la que al amor de su acento 190
encendió en mí la pasión; 191
muerta para el mundo entero 192
y aun para ella misma muerta, 193
solamente está despierta 194
dentro de mi corazón. 195

XIV

El cielo muy negro, y como un velo 196
lo envuelve en su crespón la oscuridad; 197
con una sombra más sobre ese cielo 198
el rayo puede desatar su vuelo 199
y la nube cambiarse en tempestad. 200

XV

Oye, ven a ver las naves, 201
están vestidas de luto, 202
y en vez de las golondrinas 203
están graznando los búhos. . . 204
El órgano está callado, 205
el templo solo y oscuro, 206
sobre el altar... ¿y la virgen 207
por qué tiene el rostro oculto? 208
¿Ves?... en aquellas paredes 209
están cavando un sepulcro, 210
y parece como que alguien 211
solloza allí, junto al muro. 212
¿Por qué me miras y tiemblas? 213
¿Por qué tienes tanto susto? 214
¿Tú sabes quién es el muerto? 215
¿Tú sabes quién fue el verdugo? 216

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