En los campos de Antelo, hacia el noventa1
mi padre lo trató. Quizá cambiaron2
unas parcas palabras olvidadas.3
No recordaba de él sino una cosa:4
el dorso de la oscura mano izquierda5
cruzado de zarpazos. En la estancia6
cada uno cumplía su destino:7
éste era domador, tropero el otro,8
aquél tiraba como nadie el lazo9
y Simón Carvajal era el tigrero.10
Si un tigre depredaba las majadas11
o lo oían bramar en la tiniebla,12
Carvajal lo rastreaba por el monte.13
Iba con el cuchillo y con los perros.14
Al fin daba con él en la espesura.15
Azuzaba a los perros. La amarilla16
fiera se abalanzaba sobre el hombre17
que agitaba en el brazo izquierdo el poncho,18
que era escudo y señuelo. El blanco vientre19
quedaba expuesto. El animal sentía20
que el acero le entraba hasta la muerte.21
El duelo era fatal y era infinito.22
Siempre estaba matando al mismo tigre23
inmortal. No te asombre demasiado24
su destino. Es el tuyo y es el mío,25
salvo que nuestro tigre tiene formas26
que cambian sin parar. Se llama el odio,27
el amor, el azar, cada momento.28

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