En la plaza, Vicente Aleixandre

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,1
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,2
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.3

No es bueno4
quedarse en la orilla5
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.6
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha7
de fluir y perderse,8
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.9

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,10
y le he visto bajar por unas escaleras11
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.12
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.13
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,14
con silenciosa humildad, allí él también15
transcurría.16

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.17
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,18
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,19
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.20

Y era el serpear que se movía21
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,22
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.23

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.24
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,25
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,26
quisieras algo preguntar a tu imagen,27

no te busques en el espejo,28
en un extinto diálogo en que no te oyes.29
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.30
Allí están todos, y tú entre ellos.31
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.32

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,33
introduce primero sus pies en la espuma,34
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.35
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.36
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.37
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,38
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,39
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.40

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.41
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.42
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir43
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!44

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