De Invierno, Rubén Darío

Estamos en el amenazante invierno europeo, en la capital francesa. Carolina es una mujer que descansa en un sillón junto al fuego que le da calor, y un felino de raza Angora originario de Turquía, característico por un aspecto elegante y un pelaje color blanco, descrito como tal en el poema, si bien puede presentarse en otros colores. Es una casa rica, con elementos decorativos que destacan el lujo. Es un ambiente recargado. Una figura entra dentro de la estancia y se acerca a ella para saludarla y besarla. Ella, responde con una mirada de cariño, gratitud. Fuera cae la nieve.

Nuevamente en este poema se describe una escena cotidiana, sencilla, sin que parezca que pasa nada anormal en ella. Sin embargo, cuando ahondamos un poco en el poema podemos ver varias cosas. El lujo del entorno, con una decoración recargada y, sin embargo, lo único que importa es el calor del fuego, del hogar y del amor.

Está relajada, está tranquila porque sabe que tiene una seguridad, sabe que no ocurrirá nada negativo. Cuando la otra persona llega, surge otro elemento: la compañía. En realidad, el poema habla de dos seres que están solos y que sólo se tienen el uno al otro. No importa el dinero que tengan, no importa la seguridad, el calor del hogar o cualquier otra cosa. Lo único importante es que ambos se necesitan porque, seguramente, si no estuvieran juntos, todo aquello que les rodea se les caería encima por su soledad.

El frío en el exterior hace que la estampa sea más cálida, más natural y que el cariño esté presente en cada gesto. Hay un contraste entre el afuera, el frío, la nada, la muerte y el interior de la casa, en donde hay vida, en donde el calor y, un opulento hogar, aunque no sea uno tradicional.

Aun así, esta imagen no deja de mostrarnos un aspecto importante: la soledad de ambos. No hay nadie más con ellos, y aparentemente no hay una familia, lo que hace que la sensación de soledad sea todavía mayor.


Nota de Susana Marín.
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Poema original: De Invierno

En invernales horas, mirad a Carolina. 1
Medio apelotonada, descansa en el sillón, 2
envuelta con su abrigo de marta cibelina 3
y no lejos del fuego que brilla en el salón. 4

El fino angora blanco junto a ella se reclina, 5
rozando con su hocico la falda de Aleçón, 6
no lejos de las jarras de porcelana china 7
que medio oculta un biombo de seda del Japón. 8

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño: 9
entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris; 10
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño 11

como una rosa roja que fuera flor de lis. 12
Abre los ojos; mírame con su mirar risueño, 13
y en tanto cae la nieve del cielo de París. 14

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