Poemario

   A Fabián Estapé

Este despedazado anfiteatro,

impío honor de los dioses, cuya afrenta

publica el amarillo jaramago,

ya reducido a trágico teatro,

   ¡oh fábula del tiempo! representa

   cuánta fue su grandeza y es su estrago.

   Rodrigo Caro

En los meses de aquella primavera 1
pasaron por aquí seguramente 2
más de una vez. 3
Entonces, los dos eran muy jóvenes 4
y tenían el Chrysler amarillo y negro. 5
Los imagino al mediodía, por la avenida de los tilos, 6
la capota del coche salpicada de sol, 7
o quizá en Miramar, llegando a los jardines, 8
mientras que sobre el fondo del puerto y la ciudad 9
se mecen las sombrillas del restaurante al aire libre, 10
y las conversaciones, y la música, 11
fundiéndose al rumor de los neumáticos 12
sobre la grava del paseo. 13
Sólo por un instante 14
se destacan los dos a pleno sol 15
con los trajes que he visto en las fotografías: 16
él examina un coche muchísimo más caro 17
—un Duesemberg sport con doble parabrisas, 18
bello como una máquina de guerra– 19
y ella se vuelve a mí, quizá esperándome, 20
y el vaivén de las rosas de la pérgola 21
parpadea en la sombra 22
de sus pacientes ojos de embarazada. 23
Era en el año de la Exposición. 24

Así yo estuve aquí 25
dentro del vientre de mi madre, 26
y es verdad que algo oscuro, que algo anterior me trae 27
por estos sitios destartalados. 28
Más aún que los árboles y la naturaleza 29
o que el susurro del agua corriente 30
furtiva, reflejándose en las hojas 31
—y eso que ya a mis años 32
se empieza a agradecer la primavera–, 33
yo busco en mis paseos los tristes edificios, 34
las estatuas manchadas con lápiz de labios, 35
los rincones del parque pasados de moda 36
en donde, por la noche, se hacen el amor... 37
Y a la nostalgia de una edad feliz 38
y de dinero fácil, tal como la contaban, 39
se mezcla un sentimiento bien distinto 40
que aprendí de mayor, 41
este resentimiento 42
contra la clase en que nací, 43
y que se complace también al ver mordida, 44
ensuciada la feria de sus vanidades 45
por el tiempo y las manos del resto de los hombres. 46

Oh mundo de mi infancia, cuya mitología 47
se asocia –bien lo veo– 48
con el capitalismo de empresa familiar! 49
Era ya un poco tarde 50
incluso en Cataluña, pero la pax burguesa 51
reinaba en los hogares y en las fábricas, 52
sobre todo en las fábricas - Rusia estaba muy lejos 53
y muy lejos Detroit. 54
Algo de aquel momento queda en estos palacios 55
y en estas perspectivas desiertas bajo el sol, 56
cuyo destino ya nadie recuerda. 57
Todo fue una ilusión, envejecida 58
como la maquinaria de sus fábricas, 59
o como la casa en Sitges, o en Caldetas, 60
heredada también por el hijo mayor. 61

Sólo montaña arriba, cerca ya del castillo, 62
de sus fosos quemados por los fusilamientos, 63
dan señales de vida los murcianos. 64
Y yo subo despacio por las escalinatas 65
sintiéndome observado, tropezando en las piedras 66
en donde las higueras agarran sus raíces, 67
mientras oigo a estos chavas nacidos en el Sur 68
hablarse en catalán, y pienso, a un mismo tiempo, 69
en mi pasado y en su porvenir. 70

Sean ellos sin más preparación 71
que su instinto de vida 72
más fuertes al final que el patrón que les paga 73
y que el salta-taulells que les desprecia: 74
que la ciudad les pertenezca un día. 75
Como les pertenece esta montaña, 76
este despedazado anfiteatro 77
de las nostalgias de una burguesía. 78

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