Ajedrez, Jorge Luis Borges

I

En su grave rincón, los jugadores1
rigen las lentas piezas. El tablero2
los demora hasta el alba en su severo3
ámbito en que se odian dos colores.4

Adentro irradian mágicos rigores5
las formas: torre homérica, ligero6
caballo, armada reina, rey postrero,7
oblicuo alfil y peones agresores.8

Cuando los jugadores se hayan ido,9
cuando el tiempo los haya consumido,10
ciertamente no habrá cesado el rito.11

En el Oriente se encendió esta guerra12
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.13
Como el otro, este juego es infinito.14

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada15
reina, torre directa y peón ladino16
sobre lo negro y blanco del camino17
buscan y libran su batalla armada.18

No saben que la mano señalada19
del jugador gobierna su destino,20
no saben que un rigor adamantino21
sujeta su albedrío y su jornada.22

También el jugador es prisionero23
(la sentencia es de Omar) de otro tablero24
de negras noches y de blancos días.25

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.26
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza27
de polvo y tiempo y sueño y agonía?28

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Análisis

Hacía pocos años que se había iniciado el siglo XX. En una casona de la calle Serrano, en el suburbio de Buenos Aires que llamaban Palermo, Jorge Guillermo estaba con su hijo Jorge Luis en el amplio salón de la biblioteca. Una gran cantidad de libros en castellano y en inglés, prolijamente acomodados en la estantería, inundaban la estancia con una mezcla inefable de olores de papel, cuero y cosa antigua.

El hombre y el niño se hallaban en silencio sentados a una mesa en la que no había otra cosa que un tablero de ajedrez con unas pocas piezas que denotaban el inminente final de la partida. Ambos estaban inmóviles, con los ojos fijos en los escaques. De pronto, el padre suspiró y dijo:
  −Te propongo tablas.
  El niño lo miró sonriente y contestó:
  −Las estaba esperando. Y las acepto. ─Y tendió una mano para estrechar la de su padre, tal como este le había enseñado que debía hacer al terminarse una partida.
  −Ahora, voy a cumplir con lo que te prometí. ─dijo el padre, mientras vaciaba el tablero, dejando en este solamente una reina y un peón. Y, con estas dos piezas, comenzó a explicar a Jorge Luis la paradoja de Zenón de Elea en que Aquiles de Peleo disputa una carrera con una tortuga a la que da gran ventaja y a la que, a pesar de ser cien veces más veloz, nunca logra dar alcance.
  En ese momento, la esposa de Jorge Guillermo, doña Leonor, entró en la habitación y se puso a encender los faroles de alcohol carburante, pues ya había avanzado el crepúsculo nocturno. Así, hasta la calle empedrada, salió por las ventanas la luz de la casa de la familia Borges.

En el prólogo de El oro de los tigres (1972), Jorge Luis Borges recordará esta escena en los siguientes términos:

Mi lector notará en algunas páginas la preocupación filosófica. Fue mía desde niño, cuando mi padre me reveló, con ayuda del tablero de ajedrez (que era, lo recuerdo, de cedro) la carrera de Aquiles y la tortuga.

El ajedrez aparece reiteradamente en la literatura de Borges. Tal vez no tanto como los tigres, los laberintos y los espejos, pero es un asunto recurrente en sus cuentos, en su poesía, en sus ensayos e incluso en sus prólogos y conferencias. Su abuelo Francisco había practicado el juego, y también su padre, que lo enseñó al futuro poeta cuando este era niño. No hay constancia de que Borges lo practicara con frecuencia ni de que fuera buen jugador, pero lo conocía lo suficiente como materia metafórica de las luchas de la vida y herramienta analógica para desentrañar algunos interrogantes metafísicos.

En su poemario La rosa profunda (1975), Borges pone una estrofa que titula Estancia El Retiro y cuyo primer verso dice:

El tiempo juega un ajedrez sin piezas en el patio.

Muy probablemente, se refiere a los escaques de baldosas de distinto color que tapizaban el patio y en las que el tiempo jugaba su partida sin rival.

El cuento El milagro secreto, incluido en el libro Ficciones (1944), comienza con el siguiente párrafo:

La noche del catorce de marzo de 1939, en un departamento de la Zeltnergasse de Praga, Jaromir Hladík, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, de una Vindicación de la eternidad y de un examen de las indirectas fuentes judías de Jakob Boehme, soñó con un largo ajedrez. No lo disputaban dos individuos sino dos familias ilustres; la partida había sido entablada hace muchos siglos; nadie era capaz de nombrar el olvidado premio, pero se murmuraba que era enorme y quizá infinito; las piezas y el tablero estaban en una torre secreta; Jaromir (en el sueño) era el primogénito de una de las familias hostiles; en los relojes resonaba la hora de la impostergable jugada; el soñador corría por las arenas de un desierto lluvioso y no lograba recordar las figuras ni las leyes del ajedrez. En ese punto, se despertó.

En el cuento titulado Guayaquil, del libro El informe de Brodie (1970), Borges se refiere a una leyenda galesa del siglo XIV en la que

dos reyes juegan al ajedrez en lo alto de un cerro, mientras abajo sus guerreros combaten. Uno de los reyes gana el partido; un jinete llega con la noticia de que el ejército del otro ha sido vencido. La batalla de hombres era el reflejo de la batalla del tablero.

En El libro de arena (1975), uno de los personajes del cuento Utopía de un hombre que está cansado dice:

Cumplidos los cien años, el individuo puede prescindir del amor y de la amistad. Los males y la muerte involuntaria no lo amenazan. Ejerce alguna de las artes, la filosofía, las matemáticas o juega a un ajedrez solitario. Cuando quiere se mata. Dueño el hombre de su vida, lo es también de su muerte.

En el cuento El jardín de senderos que se bifurcan (1941), incluye este diálogo:

Al fin, Stephen Albert me dijo:
  ─En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez, ¿cuál es la única palabra prohibida?
Reflexioné un momento y repuse:
  ─La palabra ajedrez.

En el cuento El congreso que integra El libro de arena, el relator se presenta en estos términos:

Cuando era joven me atraían los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas del centro y la serenidad. Ya no juego a ser Hamlet. Me he afiliado al partido conservador y a un club de ajedrez, que suelo frecuentar como espectador, a veces distraído.

En ese mismo libro, el cuento There are more things contiene estas dos postulaciones:

Recordé que mi tío, sin invocar un solo nombre propio, me había revelado sus hermosas perplejidades, allá en la Casa Colorada, cerca de Lomas. Una de las naranjas del postre fue su instrumento para iniciarme en el idealismo de Berkeley; el tablero de ajedrez le bastó para las paradojas eleáticas.
[…]
Sus controversias teológicas con mi tío habían sido un largo ajedrez, que exigía de cada jugador la colaboración del contrario.

El cuento Avelino Arredondo, también incluido en El libro de arena, dice:

Disponía asimismo de un tablero de ajedrez en el que jugaba partidas desordenadas que no acertaban con el fin. Le faltaba una torre que solía suplir con una bala o con un vintén.

La siguiente es una entrevista aparecida, bajo el título Dialogando con Borges, en el número 332 de la revista Ajedrez, publicada por la Editorial Sopena Argentina en diciembre de 1981.

PREGUNTA: ¿Cómo interpreta el ajedrez?
RESPUESTA: El ajedrez es uno de los medios que tenemos para salvar la cultura, como el latín, el estudio de las humanidades, la lectura de los clásicos, las leyes de la versificación, la ética. El ajedrez es hoy reemplazado por el fútbol, el boxeo o el tenis, que son juegos de insensatos, no de intelectuales.
P. ¿No es demasiado abstracto para el espíritu?
R. Sí, pero lo dispone bien. Hay un juego más abstracto aún: el go. Creo que tiene como trescientas casillas. Es un juego más complejo que el ajedrez. Sí, el tablero es de 19×19. Yo tuve un juego chino de go.
P. También existe un ajedrez chino que es distinto al nuestro.
R. Si. Yo soy un mal ajedrecista.
P. Pero usted escribió dos sonetos admirables sobre el ajedrez, que seguramente perdurarán por milenios en nuestra literatura.
R. Esos sonetos tuvieron que esperar (no milenios, pero si varios meses) para que la Editorial Atlántida los publicara, pues no querían hacerlo. Cuando los fui a retirar me dijeron que ya estaban en prensa. Mi hermana les hizo una hermosa ilustración.
P. Impresionan como si usted conociera bien el juego.
R. Soy un jugador, nada más.
P. Pero la índole de los adjetivos
R. Bueno, son tan evidentes, ¿no?: «sesgo alfil», «encarnizada dama»
P. «Torre directa» es muy personal o subjetivo.
R. No recuerdo los sonetos. Recuerdo, sí, como le dije, que no querían publicarlos. Finalmente, me dijeron que les habían gustado los dibujos. Claro, era una revista mundana.
P. ¿Qué símbolos le sugiere el ajedrez?
R. El rey está destinado a ser vencido. Correspondería al matriarcado, ya que la reina es la más fuerte y la más bélica. Ahora, el alfil es raro, porque viene del árabe, que significa elefante. Tiene raíz en la palabra inglesa «fil lai»: saltar. En alemán, se llama «laufer»: corredor. Saltar y correr son actividades afines.
P. En una época, el alfil saltaba por encima de los peones.
R. Como el caballo: «knight» en inglés, que también es el caballero. La torre [es] la fortaleza, los peones son peatones, ¿no?
[…]
P. En su obra, el ajedrez cumple un papel pintoresco, como el rasgueo de una guitarra, los espejos
R. Es cierto; nunca había pensado en eso. Mi padre era un buen jugador de ajedrez.

En Otro poema de los dones, que forma parte del libro El otro, el mismo (1964), y al enumerar los dones recibidos, Borges incluye el «geométrico y bizarro ajedrez» y «la tortuga de Zenón», y los enuncia uno a continuación del otro, sometido a la asociación generada por la enseñanza de su padre, en la casona de la calle Serrano.

El poema Ajedrez forma parte del libro El hacedor, publicado en 1960. Se trata de una pieza compuesta por dos sonetos. Desde el punto de vista formal, ambos son iguales: tienen los canónicos catorce versos endecasílabos, la rima abrazada consonante en los cuartetos (ABBA ABBA) y los acentos en las sílabas sexta y décima de todos los versos, salvo el verso 12 del primer soneto y los versos 4 y 11 del segundo, que son sáficos, es decir, con acento en cuarta, octava y décima. Pero los tercetos de ambos poemas no presentan un esquema clásico de rima, pues responden a la configuración CCD EED. Aunque en el soneto francés este esquema aparece desde el origen, Thomás Navarro Thomás (Métrica española, 1966) no encontró ningún uso de esa combinación de rimas en la poesía española anterior a Rosario de sonetos, de Miguel de Unamuno, que se publicó en 1911.

El primer soneto describe el desarrollo del enfrentamiento entre los jugadores, que son presentados en el primer cuarteto. En el segundo, se enumeran las piezas y el ritmo se acentúa con los tres quiasmos de la enumeración («torre homérica, ligero caballo», «armada reina, rey postrero», «oblicuo alfil y peones agresores»). Hay tres encabalgamientos en esta estrofa y dos en la siguiente. Algunos de ellos son particularmente severos, como «los jugadores / rigen», en que se separan sujeto y verbo; además el verso encabalgado es un endecasílabo enfático (acentuado en primera sílaba). En cambio, el encabalgamiento entre los versos 2 y 3 resulta más tenue porque recae en un endecasílabo melódico (acentuado en tercera, sexta y décima), mientras que el que se produce entre los versos 3 y 4 es similar al primero. El encabalgamiento inicial del segundo cuarteto es fuerte porque recae sobre el sujeto de la frase («las formas»), que ha sido desplazado de su lugar natural, al principio de aquella, para ser puesto al final. En los tercetos, Borges resalta que la limitada existencia de los jugadores no impedirá que el rito de las guerras, que este juego representa, continúe sin finitud por todos los tiempos y todos los espacios («Como el otro, este juego es infinito»).

En el segundo soneto, las piezas parecen moverse por sí solas, sin saber que sus movimientos son determinados por la mano del jugador y que, por ello, carecen de libertad para decidir su vida y su destino. El primer cuarteto presenta quiasmos en los versos 1 y 2 («Tenue rey, sesgo alfil», «encarnizada reina, torre directa») y la estructura rítmica adquiere complejidad por el fuerte encabalgamiento entre ambos versos. En los tercetos, Borges se sumerge en la angustia metafísica planteando, en el primero, la metáfora del hombre prisionero en el tablero de la vida cuyos escaques negros y blancos son las noches y los días. Para ello, cita al poeta y matemático persa Omar Jayam, muerto en 1131, cuya obra poética más notable son los Rubaiyat, cuartetos que se refieren a la naturaleza y al ser humano y de los cuales escribió un millar. El padre de Jorge Luis Borges había traducido esa obra a partir de la versión inglesa de Edward Fitzgerald, publicada en 1859. En uno de sus cuartetos, Omar dijo:

Y después de todo, qué es la vida sino un inmenso tablero de ajedrez, sobre el cual el Destino mueve a los hombres como si fueran piezas, y luego los coloca en una caja de madera.

En el último terceto, Borges culmina genialmente esta obra con un dramático y conmovedor interrogante:

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?

El primer verso enuncia los tres planos de la existencia considerados en la obra: el plano trascendente (Dios), el humano (el jugador) y el del juego (las piezas). La desgarradora pregunta de los dos últimos versos cierra el poema a modo de epifonema.

Como comentario irreverente, puede decirse que llama la atención un detalle en el que Borges no reparó o que responde a un propósito o una intención que el lector es incapaz de percibir. Se trata del uso del adjetivo «armada». En el segundo cuarteto del primer soneto, se dice «armada reina», como si el rey y los peones, que también son mencionados, no estuvieran armados. Sin embargo, el uso más llamativo se encuentra en el primer cuarteto del segundo soneto, el que termina aludiendo a la «batalla armada». En primer lugar, un adjetivo se está empleando dos veces en un poema relativamente breve y, aunque ello no es intrínsecamente un defecto, aquí no está justificado desde los puntos de vista semántico ni poético. Pero, en segundo lugar, cabe preguntarse: ¿Puede haber una batalla que no sea armada? ¿Puede haber una «batalla desarmada»? La posibilidad de un descuido del autor es difícil de aceptar por dos razones: la primera es que Borges revisaba sus escritos, según solía decir, «hasta que se publicaban»; la segunda es que su bagaje de adjetivos era muy superior a los de la mayoría de los hablantes en español. Quizás primó su declarada vocación por eludir las complejidades retóricas y utilizar un lenguaje llano.

En el prólogo de El otro, el mismo, Jorge Luis Borges vaticinó su definitiva vinculación con el simbólico misterio de este juego:

Ajedrez misterioso la poesía, cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en un sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto.

Nota de Javier Collazo.

Collazo, Javier. Jul., 2023. Ajedrez, de Jorge Luis Borges. Poemario. Acceso en https://poemario.com/ajedrez/

Ejemplos de figuras literarias en Ajedrez

Figuras literarias Ejemplos Descripción
Metáfora "En su grave rincón, los jugadores rigen las lentas piezas." La partida de ajedrez se describe como un evento serio y lento, donde los jugadores controlan las piezas en una lucha de poder.
Metáfora "En el Oriente se encendió esta guerra cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra." El poema compara el juego de ajedrez con una guerra que comenzó en el Oriente y cuyo campo de batalla es ahora el mundo entero.
Metonimia "El tablero los demora hasta el alba." El tablero de ajedrez representa el juego en sí, que mantiene a los jugadores ocupados hasta el amanecer.
Prosopeya "Dios mueve al jugador, y éste, la pieza." Atribuye a Dios la acción de mover al jugador en la partida, planteando que hay un poder superior que controla a los jugadores y, a su vez, a las piezas.
Hipérbole "Como el otro, este juego es infinito." Exagera la duración y el alcance del juego de ajedrez, sugiriendo que es infinito y eterno.


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  • Concepción Ago., 2023

    El trabajo que nos presentáis, bien útil, bien interesante. Gracias.

  • Nora Grilli Dic., 2022

    Como en cada letra, como en cada palabra, Borges nos reserva su magia. Nos sorprende y embeleza

  • Enrique Feb., 2022

    Excelente poema, muchas gracias por conpartirlo