Soneto II, Garcilaso de la Vega

Garcilaso, inmerso en la dinámica amorosa del soneto clásico, bien en su forma castellana derivada del cancionero medieval, bien en el estilo italiano proveniente esencialmente de Petrarca, retoma la idea del amor como destino: “En fin a vuestras manos he venido”.

De los componentes de la poesía garcilasista es el amor el más potente, lógicamente unido a un paradigma que no era otro que el príncipe de las armas y las letras, un ideal renacentista extendido en la Europa del momento. Así las cosas, el poeta (pero también guerrero) regresa de una dura batalla para terminar descansando en el regazo de su amada. Él está dolorido por las heridas y sabe que, a pesar de su lamento, pronto morirá: “que aun aliviar con quejas mi cuidado / como remedio m’es ya defendido”. Hay que entender aquí la palabra “defendido” como “prohibido”.

De nuevo el poeta insiste en el destino sangriento de la guerra (“para que sólo en mí fuese probado / cuánto corta una ‘spada en un rendido”); se pregunta por la vida sin saber por qué ha llegado al límite de sus fuerzas y apela a las lágrimas como metáfora del amor puro y desinteresado, pero también hay algo más importante: Garcilaso de alguna manera quiere decir que el amor y la guerra traen indistintamente la dicha y la desgracia; su condición de humanista jamás podrá defender el terror de la sangre de la guerra, pero habiendo luchado en la palestra de los ejércitos y en la escena de la vida amorosa, no podrá retractarse de los sufrimientos que ha padecido.

Dicho de otro modo: cree que por muchas penas que aguarden, es preferible sufrirlas por vivir esas emociones que morir por no haberlas soportado. Una declaración de intenciones sin precedentes en la literatura.
En el último terceto pide la piedad de su amada ante la desesperación de la vida que se le acaba. Ella es, a la sazón, la única persona que puede otorgarle el golpe de gracia en ambos sentidos, tanto en la bondad como en la venganza, y a ella se encomienda dedicándole las últimas palabras.


Nota de Mario Sánchez.
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Poema original: Soneto II

En fin, a vuestras manos he venido, 1
do sé que he de morir tan apretado, 2
que aun aliviar con quejas mi cuidado, 3
como remedio, me es ya defendido; 4

mi vida no sé en qué se ha sostenido, 5
si no es en haber sido yo guardado 6
para que sólo en mí fuese probado 7
cuanto corta una espada en un rendido. 8

Mis lágrimas han sido derramadas 9
donde la sequedad y la aspereza 10
dieron mal fruto dellas y mi suerte: 11

¡basten las que por vos tengo lloradas; 12
no os venguéis más de mí con mi flaqueza; 13
allá os vengad, señora, con mi muerte! 14

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