A un hombre de gran nariz, Francisco de Quevedo

Este es uno de los sonetos más conocidos de Quevedo, en el que, en tono de burla, hace una descripción hiperbólica, animalizada y casi cosificada de una parte de un cuerpo, en este caso la nariz. Además de magnífico poema, también es una ridiculización un tanto grotesca de una persona. A través de metáforas e hipérboles se nos da una imagen irreal.

En el primer cuarteto se nos presenta una declaración de intenciones por parte del autor. Hay una exageración increíble en la que el hombre es parte de una nariz y no al revés, lo que aporta imagen que el autor quiere transmitir de la nariz del personaje ridiculizado. No sólo es grande sino que es larga. Se le ha cosificado esta parte de su cara comparándola con un tubo del alquitara, que es con lo que se destila el alcohol.

En un segundo cuarteto continúan las metáforas y las imágenes de la nariz. De un lado se le compara con la sombra que tapa un reloj de sol y es tan grande, que lo hace inservible para medir el tiempo. Por otro lado se la animaliza comparándola con una trompa de elefante erguida, casi como si fuera algo que da buena suerte, como en la cultura india.

En este cuarteto, también aparecen la animadversión y esa imagen negativa que había de los judíos, al comparar la nariz del protagonista del poeta con el de un escriba, cuya descripción se asemeja a los ropajes habituales de estos. La comparación de su nariz llega incluso hasta personajes de la literatura tan importantes como Ovidio, cuya zona olfativa debía ser grande, pues es con quien lo comparan.

En el primer terceto de este poema se la cosifica cuando se habla de ella casi como un arma de ataque, como era el espolón de los barcos. Continúa esta exageración con una nueva metáfora en la que se le compara con una pirámide, porque es alta y cura. Por último, se vuelve a hacer referencia a los judíos, de forma negativa comparando a las doce tribus de Israel, por tamaño, con la nariz.

En el último terceto siguen las hipérboles haciendo referencia a que no tiene fin. Vuelve a animalizarse esta parte del cuerpo como si fuera la de un caballo, el de raza Frisón, y casi se le equipara a una máscara que oculta la propia cara del sujeto. La última metáfora del poema y que se haya dentro de la crueldad, habla de esa gran nariz como si fuera una enfermedad cuya imagen es la de una piel roja, en algunas zonas oscuras, casi como si fuera algo putrefacto.


Nota de Susana Marín.
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Poema original: A un hombre de gran nariz

Érase un hombre a una nariz pegado, 1
Érase una nariz superlativa, 2
Érase una alquitara medio viva, 3
Érase un peje espada mal barbado; 4

Era un reloj de sol mal encarado. 5
Érase un elefante boca arriba, 6
Érase una nariz sayón y escriba, 7
Un Ovidio Nasón mal narigado. 8

Érase el espolón de una galera, 9
Érase una pirámide de Egito, 10
Los doce tribus de narices era; 11

Érase un naricísimo infinito, 12
Frisón archinariz, caratulera, 13
Sabañón garrafal morado y frito. 14

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