Muerte Sin Fin, José Gorostiza

En este poema vamos a ver lo que el poeta entiende por fe, el amor a Dios, vivir la religión, el amor y también, y no menos importante, la tentación del diablo y la muerte como una etapa que el hombre tiene que afrontar porque nace para llegar a ella.

El poeta nos habla de un Dios que no se puede coger, tocar y que está envuelto en adornos, en superficialidades que alejan al poeta de su fe. Todo se pierde, todo queda sin sentido. Lo único puro y fresco es el agua. La visión del mar es la visión de lo divino. El blanco de las olas es como las alas de los ángeles y su tez es la propia marea que corre con ansiedad, sin control a la orilla.

El agua tiene forma, la del continente que la guarda, como un vaso. Allí encerrada, observa, se marchita y muere encerrada. El agua cristalina nos refleja, crea colores al incidir la luz en sus gotas y al mismo tiempo, nos da más sed. Dios es ese vaso que contiene el agua fresca, es quien nos da de beber.

Pero ese mismo Dios no se conforma y desea darnos más de lo que tiene. No quiere contener ese agua, ésta fe. El poeta se pregunta si ese vaso es Dios o realmente es nuestra alma llena de Dios. El alma es azul, como el color del cielo. Dios aporta ese aire fresco que sentimos, como la brisa frente al mar, que notamos y saboreamos en los labios.

Esa alma, esa luz celestial, nos llena y también nos hace enfermar y, al mismo tiempo, tira de nosotros cuando sentimos que caemos. Es alma, esa luz, quema cuando sentimos a ese Dios que nos contiene, que nos abraza. Aun así, en ocasiones notamos un vacío que es imposible de llenar.

Nuestro camino vital, en todas las etapas de nuestra vida, busca creer. A medida que crecemos somos más racionales y la fe no es igual, ni se siente de la misma forma. Aun así ésta, el agua fresca, está dormida hasta que vuelve a brotar. La fe ha hecho que se quemen, en momentos de la historia, sus imágenes, que se haya torturado y asesinado. Ha sido perseguida y, sin embargo los creyentes se han mantenido firmes, puros y con más fuerza.

Aunque la enfermedad desfigura al enfermo y puede acabar con su vida, la fe no se resiente y está presente en su despedida, en su entierro. Esta su lado y no lo deja sólo, le da el consuelo y el amor que necesita. El recuerdo y presencia del hijo de Dios, cada día en la misa a través de ella o junto a las imágenes, en las procesiones, para el poeta es una muerte, una y otra vez, de la fe y, al mismo tiempo, es la renovación constante de la misma. Es un ciclo que se abre y cierra de manera circular. La fe también es el deseo de que Cristo vuelva a estar entre los hombres y nos guíe a Dios, nuestra fe, porque estamos perdidos.


Nota de Susana Marín.
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Poema original: Muerte Sin Fin

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis 1
por un dios inasible que me ahoga, 2
mentido acaso 3
por su radiante atmósfera de luces 4
que oculta mi conciencia derramada, 5
mis alas rotas en esquirlas de aire, 6
mi torpe andar a tientas por el lodo; 7
lleno de mí —ahíto— me descubro 8
en la imagen atónita del agua, 9
que tan sólo es un tumbo inmarcesible, 10
un desplome de ángeles caídos 11
a la delicia intacta de su peso, 12
que nada tiene 13
sino la cara en blanco 14
hundida a medias, ya, como una risa agónica, 15
en las tenues holandas de la nube 16
y en los funestos cánticos del mar 17
—más resabio de sal o albor de cúmulo 18
que sola prisa de acosada espuma. 19
No obstante —oh paradoja— constreñida 20
por el rigor del vaso que la aclara, 21
el agua toma forma. 22
En él se asienta, ahonda y edifica, 23
cumple una edad amarga de silencios 24
y un reposo gentil de muerte niña, 25
sonriente, que desflora 26
un más allá de pájaros 27
en desbandada. 28
En la red de cristal que la estrangula, 29
allí, como en el agua de un espejo, 30
se reconoce; 31
atada allí, gota con gota, 32
marchito el tropo de espuma en la garganta 33
¡qué desnudez de agua tan intensa, 34
qué agua tan agua, 35
está en su orbe tornasol soñando, 36
cantando ya una sed de hielo justo! 37
¡Mas qué vaso —también— más providente 38
éste que así se hinche 39
como una estrella en grano, 40
que así, en heroica promisión, se enciende 41
como un seno habitado por la dicha, 42
y rinde así, puntual, 43
una rotunda flor 44
de transparencia al agua, 45
un ojo proyectil que cobra alturas 46
y una ventana a gritos luminosos 47
sobre esa libertad enardecida 48
que se agobia de cándidas prisiones! 49

¡Más que vaso —también— más providente! 50
Tal vez esta oquedad que nos estrecha 51
en islas de monólogos sin eco, 52
aunque se llama Dios, 53
no sea sino un vaso 54
que nos amolda el alma perdidiza, 55
pero que acaso el alma sólo advierte 56
en una transparencia acumulada 57
que tiñe la noción de Él, de azul. 58
El mismo Dios, 59
en sus presencias tímidas, 60
ha de gastar la tez azul 61
y una clara inocencia imponderable, 62
oculta al ojo, pero fresca al tacto, 63
como este mar fantasma en que respiran 64
—peces del aire altísimo— 65
los hombres. 66
¡Sí, es azul! ¡Tiene que ser azul! 67
Un coagulado azul de lontananza, 68
un circundante amor de la criatura, 69
en donde el ojo de agua de su cuerpo 70
que mana en lentas ondas de estatura 71
entre fiebres y llagas; 72
en donde el río hostil de su conciencia 73
¡agua fofa, mordiente, que se tira, 74
ay, incapaz de cohesión al suelo! 75
en donde el brusco andar de la criatura 76
amortigua su enojo, 77
se redondea 78
como una cifra generosa, 79
se pone en pie, veraz, como una estatua. 80
¿Qué puede ser —si no— si un vaso no? 81
Un minuto quizá que se enardece 82
hasta la incandescencia, 83
que alarga el arrebato de su brasa, 84
ay, tanto más hacia lo eterno mínimo 85
cuanto es más hondo el tiempo que lo colma. 86
Un cóncavo minuto del espíritu 87
que una noche impensada, 88
al azar 89
y en cualquier escenario irrelevante 90
con el vuelo del pájaro, 91
estalla en él como un cohete herido 92
y en sonoras estrellas precipita 93
su desbandada pólvora de plumas. 94
Mas en la médula de esta alegría, 95
no ocurre nada, no; 96
sólo un cándido sueño que recorre 97
las estaciones todas de su ruta 98
tan amorosamente 99
que no elude seguirla a sus infiernos, 100
ay, y con qué miradas de atropina, 101
tumefactas e inmóviles, escruta 102
el curso de la luz, su instante fúlgido, 103
en la piel de una gota de rocío; 104
concibe el ojo 105
y el intangible aceite 106
que nutre de esbeltez a la mirada; 107
gobierna el crecimiento de las uñas 108
y en la raíz de la palabra esconde 109
el frondoso discurso de ancha copa 110
y el poema de diáfanas espigas. 111
Pero aún más —porque en su cielo impío 112
nada es tan cruel como este puro goce— 113
somete sus imágenes al fuego 114
de especiosas torturas que imagina 115
—las infla de pasión, 116
en la prisma del llanto las deshace, 117
las ciega con el lustre de un barniz, 118
las satura de odios purulentos, 119
rencores zánganos 120
como una mala costra, 121
angustias secas como la sed del yeso. 122
Pero aún más —porque, inmune a la mácula, 123
tan perfecta crueldad no cede a límites— 124
perfora la substancia de su gozo 125
con rudos alfileres; 126
piensa el tumor, la úlcera y el chancro 127
que habrán de festonar la tez pulida, 128
toma en su mano etérea a la criatura 129
y la enjuta, la hincha o la demacra, 130
como a un copo de cera sudorosa, 131
y en un ilustre hallazgo de ironía 132
la estrecha enternecido 133
con los brazos glaciales de la fiebre. 134
Mas nada ocurre, no, sólo este sueño 135
desorbitado 136
que se mira a sí mismo en plena marcha; 137
presume, pues, su término inminente 138
y adereza en el acto 139
el plan de su fatiga, 140
su justa vacación 141
su domingo de gracia allá en el campo, 142
al fresco albor de las camisas flojas. 143
¡Qué trebolar mullido, qué parasol de niebla 144
se regala en el ánimo 145
para gustar la miel de sus vigilias! 146
Pero el ritmo es su norma, el solo paso, 147
la sola marcha en círculo, sin ojos; 148
así, aun de su cansancio, extrae 149
¡hop! 150
largas cintas de cintas de sorpresas 151
que en un constante perecer enérgico, 152
en un morir absorto, 153
arrasan sin cesar su bella fábrica 154
hasta que —hijo de su misma muerte, 155
gestado en la aridez de sus escombros— 156
siente que su fatiga se fatiga, 157
se erige a descansar de su descanso 158
y sueña que su sueño se repite, 159
irresponsable, eterno, 160
muerte sin fin de una obstinada muerte, 161
sueño de garza anochecido a plomo 162
que cambia sí de pie, mas no de sueño, 163
que cambia sí la imagen, 164
mas no la doncellez de su osadía 165
¡oh inteligencia, soledad en llamas! 166
que lo consume todo hasta el silencio, 167
sí, como una semilla enamorada 168
que pudiera soñarse germinando, 169
probar en el rencor de la molécula 170
el salto de las ramas que aprisiona 171
y el gusto de su fruta prohibida, 172
ay, sin hollar, semilla casta, 173
sus propios impasibles tegumentos. 174

¡Oh inteligencia, soledad en llamas 175
que todo lo concibe sin crearlo! 176
Finge el calor del lodo, 177
su emoción de substancia adolorida, 178
el iracundo amor que lo embellece 179
y lo encumbra más allá de las alas 180
a donde sólo el ritmo 181
de los luceros llora, 182
mas no le infunde el soplo que lo pone en pie 183
y permanece recreándose a sí misma, 184
única en Él, inmaculada, sola en Él, 185
reticencia indecible, 186
amoroso temor de la materia, 187
angélico egoísmo que se escapa 188
como un grito de júbilo sobre la muerte 189
—oh inteligencia, páramo de espejos! 190
helada emanación de rosas pétreas 191
en la cumbre de un tiempo paralítico; 192
pulso sellado; 193
como una red de arterias temblorosas, 194
hermético sistema de eslabones 195
que apenas se apresura o se retarda 196
según la intensidad de su deleite; 197
abstinencia angustiosa 198
que presume el dolor y no lo crea, 199
que escucha ya en la estepa de sus tímpanos 200
retumbar el gemido del lenguaje 201
y no lo emite; 202
que nada más absorbe las esencias 203
y se mantiene así, rencor sañudo, 204
una, exquisita, con su dios estéril, 205
sin alzar entre ambos 206
la sorda pesadumbre de la carne, 207
sin admitir en su unidad perfecta 208
el escarnio brutal de esa discordia 209
que nutren vida y muerte inconciliables, 210
siguiéndose una a otra 211
como el día y la noche, 212
una y otra acampadas en la célula 213
como en un tardo tiempo de crepúsculo, 214
ay, una nada más, estéril, agria, 215
con Él, conmigo, con nosotros tres; 216
como el vaso y el agua, sólo una 217
que reconcentra su silencio blanco 218
en la orilla letal de la palabra 219
y en la inminencia misma de la sangre. 220
¡ALELUYA, ALELUYA! 221

Iza la flor su enseña, 222
agua, en el prado. 223
¡Oh, qué mercadería 224
de olor alado! 225

¡Oh, qué mercadería 226
de tenue olor! 227
¡cómo inflama los aires 228
con su rubor! 229

¡Qué anegado de gritos 230
está el jardín! 231
«¡Yo, el heliotropo, yo!» 232
«¿Yo? El jazmín.» 233

Ay, pero el agua, 234
ay, si no huele a nada. 235

Tiene la noche un árbol 236
con frutos de ámbar; 237
tiene una tez la tierra, 238
ay, de esmeraldas. 239

El tesón de la sangre 240
anda de rojo; 241
anda de añil el sueño; 242
la dicha, de oro. 243

Tiene el amor feroces 244
galgos morados; 245
pero también sus mieses, 246
también sus pájaros. 247

Ay, pero el agua, 248
ay, si no luce a nada. 249

Sabe a luz, a luz fría, 250
sí, la manzana. 251
¡Qué amanecida fruta 252
tan de mañana! 253
¡Qué anochecido sabes, 254
tú, sinsabor! 255
¡cómo pica en la entraña 256
tu picaflor! 257

Sabe la muerte a tierra, 258
la angustia a hiel. 259
Este morir a gotas 260
me sabe a miel. 261

Ay, pero el agua, 262
ay, si no sabe a nada. 263

(BAILE)

Pobrecilla del agua, 264
ay, que no tiene nada, 265
ay, amor, que se ahoga, 266
ay, en un vaso de agua. 267

En el rigor del vaso que la aclara, 268
el agua toma forma 269
—ciertamente. 270
Trae una sed de siglos en los belfos, 271
una sed fría, en punta, que ara cauces 272
en el sueño moroso de la tierra, 273
que perfora sus miembros florecidos, 274
como una sangre cáustica, 275
incendiándolos, ay, abriendo en ellos 276
desapacibles úlceras de insomnio. 277
Más amor que sed; más que amor, idolatría, 278
dispersión de criatura estupefacta 279
ante el fulgor que blande 280
—germen del trueno olímpico— la forma 281
en sus netos contornos fascinados. 282
¡Idolatría, sí idolatría! 283
Mas no le basta el ser un puro salmo, 284
un ardoroso incienso de sonido; 285
quiere, además, oírse. 286
Ni le basta tener sólo reflejos 287
—briznas de espuma 288
para el ala de luz que en ella anida; 289
quiere, además, un tálamo de sombra, 290
un ojo, 291
para mirar el ojo que la mira. 292
En el lago, en la charca, en el estanque, 293
en la entumida cuenca de la mano, 294
se consuma este rito de eslabones, 295
este enlace diabólico 296
que encadena el amor a su pecado. 297
En el nítido rostro sin facciones 298
el agua, poseída, 299
siente cuajar la máscara de espejos 300
que el dibujo del vaso le procura. 301
Ha encontrado, por fin, 302
en su correr sonámbulo, 303
una bella, puntual fisonomía. 304
Ya puede estar de pie frente a las cosas. 305
Ya es ella también, aunque por arte 306
de estas limpias metáforas cruzadas, 307
un encendido vaso de figuras. 308
El camino, la barda, los castaños, 309
para durar el tiempo de una muerte 310
gratuita y prematura, pero bella, 311
ingresan por su impulso 312
en el suplicio de la imagen propia 313
y en medio del jardín, bajo las nubes, 314
descarnada lección de poesía, 315
instalan un infierno alucinante. 316

Pero el vaso en sí mismo no se cumple. 317
Imagen de una deserción nefasta 318
¿qué esconde en su rigor inhabitado, 319
sino esta triste claridad a ciegas, 320
sino esta tentaleante lucidez? 321
Tenedlo ahí, sobre la mesa, inútil. 322
Epigrama de espuma que se espiga 323
ante un auditorio anestesiado, 324
incisivo clamor que la sordera 325
tenaz de los objetos amordaza, 326
flor mineral que se abre para adentro 327
hacia su propia luz, 328
espejo ególatra 329
que se absorbe a sí mismo contemplándose. 330
Hay algo en él, no obstante, acaso un alma, 331
el instinto augural de las arenas, 332
una llaga tal vez que debe al fuego, 333
en donde le atosiga su vacío. 334
Desde este erial aspira a ser colmado. 335
En el agua, en el vino, en el aceite, 336
articula el guión de su deseo; 337
se ablanda, se adelgaza; 338
ya su sobrio dibujo se le nubla, 339
ya embozado en el giro de un reflejo, 340
en un llanto de luces se liquida. 341

Mas la forma en sí misma no se cumple. 342
Desde su insigne trono faraónico, 343
magnánima, 344
deífica, 345
constelada de epítetos esdrújulos, 346
rige con hosca mano de diamante. 347
Está orgullosa de su orondo imperio. 348
¡En las augustas pituitarias de ónice 349
no juega, acaso, el encendido aroma 350
con que arde a sus pies la poesía? 351
¡Ilusión, nada más gentil narcótico 352
que puebla de fantasmas los sentidos! 353
Pues desde ahí donde el dolor emite 354
¡oh turbio sol de podre! 355
el esmerado brillo que lo embosca, 356
ay, desde ahí, presume la materia 357
que apenas cuaja su dibujo estricto 358
y ya es un jardín de huellas fósiles, 359
estruendoso fanal, 360
rojo timbre de alarma en los cruceros 361
que gobierna la ruta hacia otras formas. 362
La rosa edad que esmalta su epidermis 363
—senil recién nacida— 364
envejece por dentro a grandes siglos. 365
Trajo puesta la proa a lo amarillo. 366
El aire se coagula entre sus poros 367
como un sudor profuso 368
que se anticipa a destilar en ellos 369
una esencia de rosas subterráneas. 370
Los crudos garfios de su muerte suben, 371
como musgo, por grietas inasibles, 372
ay, la hostigan con tenues mordeduras 373
y abren hueco por fin a aquel minuto 374
—¡miradlo en la lenteja del reloj, 375
neto, puntual, exacto, 376
correrse un eslabón cada minuto!— 377
cuando al soplo infantil de un parpadeo, 378
la egregia masa de ademán ilustre 379
podrá caer de golpe hecha cenizas. 380

No obstante —¿por qué no?— también en ella 381
tiene un rincón el sueño, 382
árido paraíso sin manzana 383
donde suele escaparse de su rostro, 384
por el rostro marchito del espectro 385
que engendra aletargada, su costilla. 386
El vaso de agua es el momento justo. 387
En su audaz evasión se transfigura, 388
tuerce la órbita de su destino 389
y se arrastra en secreto hacia lo informe. 390
La rapiña del tacto no se ceba 391
—aquí, en el sueño inhóspito— 392
sobre el templado nácar de su vientre, 393
ni la flauta Don Juan que la requiebra 394
musita su cachonda serenata. 395
El sueño es cruel, 396
ay, punza, roe, quema, sangra, duele. 397
Tanto ignora infusiones como ungüentos. 398
En los sordos martillos que la afligen 399
la forma da en el gozo de la llaga 400
y el oscuro deleite del colapso. 401
Temprana madre de esa muerte niña 402
que nutre en sus escombros paulatinos, 403
anhela que se hundan sus cimientos 404
bajo sus plantas, ay, entorpecidas 405
por una espesa lentitud de lodo; 406
oye nacer el trueno del derrumbe; 407
siente que su materia se derrama 408
en un prurito de ácidas hormigas; 409
que, ya sin peso, flota 410
y en un claro silencio se deslíe. 411
Por un aire de espejos inminentes 412
¡oh impalpables derrotas del delirio! 413
cruza entonces, a velas desgarradas, 414
la airosa teoría de una nube. 415

En la red de cristal que la estrangula, 416
el agua toma forma, 417
la bebe, sí, en el módulo del vaso, 418
para que éste también se transfigure 419
con el temblor del agua estrangulada 420
que sigue allí, sin voz, marcando el pulso 421
glacial de la corriente. 422
Pero el vaso 423
—a su vez— 424
cede a la informe condición del agua 425
a fin de que —a su vez— la forma misma, 426
la forma en sí, que está en el duro vaso 427
sosteniendo el rencor de su dureza 428
y está en el agua de aguijada espuma 429
como presagio cierto de reposo, 430
se pueda sustraer al vaso de agua; 431
un instante, no más, 432
no más que el mínimo 433
perpetuo instante del quebranto, 434
cuando la forma en sí, la pura forma, 435
se abandona al designio de su muerte 436
y se deja arrastrar, nubes arriba, 437
por ese atormentado remolino 438
en que los seres todos se repliegan 439
hacia el sopor primero, 440
a construir el escenario de la nada. 441
Las estrellas entonces ennegrecen. 442
Han vuelto al dardo insomne 443
a la noche perfecta de su aljaba. 444

Porque en el lento instante del quebranto, 445
cuando los seres todos se repliegan 446
hacia el sopor primero 447
y en la pira arrogante de la forma 448
se abrasan, consumidos por su muerte 449
—¡ay, ojos, dedos, labios, 450
etéreas llamas del atroz incendio!— 451
el hombre ahoga con sus manos mismas, 452
en un negro sabor de tierra amarga, 453
los himnos claros y los roncos trenos 454
con que cantaba la belleza, 455
entre tambores de gangoso idioma 456
y esbeltos címbalos que dan al aire 457
sus golondrinas de latón agudo; 458
ay, los trenos e himnos que loaban 459
la rosa marinera 460
que consuma el periplo del jardín 461
con sus velas henchidas de fragancia; 462
y el malsano crepúsculo de herrumbre, 463
amapola del aire lacerado 464
que se pincha en las púas de un gorjeo; 465
y la febril estrella, lis de calosfrío, 466
punto sobre las íes 467
de las tinieblas; 468
y el rojo cáliz del pezón macizo, 469
sola flor de granado 470
en la cima angustiosa del deseo, 471
y la mandrágora del sueño amigo 472
que crece en los escombros cotidianos 473
—ay, todo el esplendor de la belleza 474
y el bello amor que la concierta toda 475
en un orbe de imanes arrobados. 476

Porque el tambor rotundo 477
y las ricas bengalas que los címbalos 478
tremolan en la altura de los cantos, 479
se anegan, ay, en un sabor de tierra amarga, 480
cuando el hombre descubre en sus silencios 481
que su hermoso lenguaje se le agosta, 482
se le quema —confuso— en la garganta, 483
exhausto de sentido; 484
ay, su aéreo lenguaje de colores, 485
que así se jacta del matiz estricto 486
en el humo aterrado de sus sienas 487
o en el sol de sus tibios bermellones; 488
él, que discurre en la ansiedad del labio 489
como una lenta rosa enamorada; 490
él, que cincela sus celos de paloma 491
y modula sus látigos feroces; 492
que salta en sus caídas 493
con un ruidoso síncope de espumas; 494
que prolonga el insomnio de su brasa 495
en las mustias cenizas del oído; 496
que oscuramente repta 497
e hinca enfurecido la palabra 498
de hiel, la tuerta frase de ponzoña; 499
él que labra el amor del sacrificio 500
en columnas de ritmos espirales, 501
sí, todo él, lenguaje audaz del hombre, 502
se le ahoga —confuso— en la garganta 503
y de su gracia original no queda 504
sino el horror de un pozo desecado 505
que sostiene su mueca de agonía. 506
Porque el hombre descubre en sus silencios 507
que su hermoso lenguaje se le agosta 508
en el minuto mismo del quebranto, 509
cuando los peces todos 510
que en cautelosas órbitas discurren 511
como estrellas de escamas, diminutas, 512
por la entumida noche submarina, 513
cuando los peces todos 514
y el ulises salmón de los regresos 515
y el delfín apolíneo, pez de dioses, 516
deshacen su camino hacia las algas; 517
cuando el tigre que huella 518
la castidad del musgo 519
con secretas pisadas de resorte 520
y el bóreas de los ciervos presurosos 521
y el cordero Luis XV, gemebundo, 522
y el león babilónico 523
que añora el alabastro de los frisos 524
—¡flores de sangre, eternas, 525
en el racimo inmemorial de las especies!— 526
cuando todos inician el regreso 527
a sus mudos letargos vegetales; 528
cuando la aguda alondra se deslíe 529
en el agua del alba, 530
mientras las aves todas 531
y el solitario búho que medita 532
con su antifaz de fósforo en la sombra, 533
la golondrina de escritura hebrea 534
y el pequeño gorrión, hambre en la nieve, 535
mientras todas las aves se disipan 536
en la noche enroscada del reptil; 537
cuando todo —por fin— lo que anda o repta 538
y todo lo que vuela o nada, todo, 539
se encoge en un crujir de mariposas, 540
regresa a sus orígenes 541
y al origen fatal de sus orígenes, 542
hasta que su eco mismo se reinstala 543
en el primer silencio tenebroso. 544

Porque los bellos seres que transitan 545
por el sopor añoso de la tierra 546
—¡tragos de sangre, libres, 547
en la pantalla de su sueño impuro!— 548
todos se dan a un frenesí de muerte, 549
ay, cuando el sauce 550
acumula su llanto 551
para urdir la substancia de un delirio 552
en que —¡tú! ¡yo! ¡nosotros!— de repente, 553
a fuerza de atar nombres destemplados, 554
ay, no le queda sino el tronco prieto, 555
desnudo de oración ante su estrella; 556
cuando con él, desnudos, se sonrojan 557
el álamo temblón de encanecida barba 558
y el eucalipto rumoroso, 559
témpano de follaje 560
y tornillo sin fin de la estatura 561
que se pierde en las nubes, persiguiéndose; 562
y también el cerezo y el durazno 563
en su loca efusión de adolescentes 564
y la angustia espantosa de la ceiba 565
y todo cuanto nace de raíces, 566
desde el heroico roble hasta la impúbera 567
menta de boca helada; 568
cuando las plantas de sumisas plantas 569
retiran el ramaje presuntuoso, 570
se esconden en sus ásperas raíces 571
y en la acerba raíz de sus raíces 572
y presas de un absurdo crecimiento 573
se desarrollan hacia la semilla, 574
hasta quedar inmóviles 575
¡oh cementerios de talladas rosas! 576
en los duros jardines de la piedra. 577

Porque desde el anciano roble heroico 578
hasta la impúbera 579
menta de boca helada, 580
ay, todo cuanto nace de raíces 581
establece sus tallos paralíticos 582
en los duros jardines de la piedra, 583
cuando el rubí de angélicos melindres 584
y el diamante iracundo 585
que fulmina a la luz con un reflejo, 586
más el ario zafir de ojos azules 587
y la geórgica esmeralda que se anega 588
en el abrilde su robusta clorofila, 589
una a una, las piedras delirantes, 590
con sus lindas hermanas cenicientas, 591
turquesa, lapislázuli, alabastro, 592
pero también el oro prisionero 593
y la plata de lengua fidedigna, 594
ingenuo ruiseñor de los metales 595
que se ahoga en el agua de su canto; 596
cuando las piedras finas 597
y los metales exquisitos, todos, 598
regresan a sus nidos subterráneos 599
por las rutas candentes de la llama, 600
ay, ciegos de su lustre, 601
ay, ciegos de su ojo, 602
que el ojo mismo, 603
como un siniestro pájaro de humo, 604
en su aterida combustión se arranca. 605

Porque raro metal o piedra rara, 606
así como la roca escueta, lisa, 607
que figura castillos 608
con sólo naipes de aridez y escarcha, 609
y así la arena de arrugados pechos 610
y el humus maternal de entraña tibia, 611
ay, todo se consume 612
con un mohíno crepitar de gozo, 613
cuando la forma en sí, la forma pura, 614
se entrega a la delicia de su muerte 615
y en su sed de agotarla a grandes luces 616
apura en una llama 617
el aceite ritual de los sentidos, 618
que sin labios, sin dedos, sin retinas, 619
sí paso a paso, muerte a muerte, locos, 620
se acogen a sus túmidas matrices, 621
mientras unos a otros se devoran 622
al animal, la planta 623
a la planta, la piedra 624
a la piedra, el fuego 625
al fuego, el mar 626
al mar, la nube 627
a la nube, el sol 628
hasta que todo este fecundo río 629
de enamorado semen que conjuga, 630
inaccesible al tedio, 631
el suntuoso caudal de su apetito, 632
no desemboca en sus entrañas mismas, 633
en el acre silencio de sus fuentes, 634
entre un fulgor de soles emboscados, 635
en donde nada es ni nada está, 636
donde el sueño no duele, 637
donde nada ni nadie, nunca, está muriendo 638
y solo ya, sobre las grandes aguas, 639
flota el Espíritu de Dios que gime 640
con un llanto más llanto aún que el llanto, 641
como si herido —¡ay, Él también!— por un cabello 642
por el ojo en almendra de esa muerte 643
que emana de su boca, 644
hubiese al fin ahogado su palabra sangrienta. 645
¡ALELUYA, ALELUYA! 646

¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo, 647
es una espesa fatiga, 648
un ansia de trasponer 649
estas lindes enemigas, 650
este morir incesante, 651
tenaz, esta muerte viva, 652
¡oh Dios! que te está matando 653
en tus hechuras estrictas, 654
en las rosas y en las piedras, 655
en las estrellas ariscas 656
y en la carne que se gasta 657
como una hoguera encendida, 658
por el canto, por el sueño, 659
por el color de la vista. 660

¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo, 661
ay, una ciega alegría, 662
un hambre de consumir 663
el aire que se respira, 664
la boca, el ojo, la mano; 665
estas pungentes cosquillas 666
de disfrutarnos enteros 667
en sólo un golpe de risa, 668
ay, esta muerte insultante, 669
procaz, que nos asesina 670
a distancia, desde el gusto 671
que tomamos en morirla, 672
por una taza de té, 673
por una apenas caricia. 674

¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo, 675
es una muerte de hormigas 676
incansables, que pululan 677
¡oh Dios! sobre tus astillas, 678
que acaso te han muerto allá, 679
siglos de edades arriba, 680
sin advertirlo nosotros, 681
migajas, borra, cenizas 682
de ti, que sigues presente 683
como una estrella mentida 684
por su sola luz, por una 685
luz sin estrella, vacía, 686
que llega al mundo escondiendo 687
su catástrofe infinita. 688

(BAILE)

Desde mis ojos insomnes 689
mi muerte me está acechando, 690
me acecha, sí, me enamora 691
con su ojo lánguido. 692
¡Anda putilla del rubor helado, 693
anda, vámonos al diablo! 694

695

Comentarios

  • Carolina Aguillón Jun., 2022

    la indómita enfermedad no se comprende si no nos visita….

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