Los dados eternos, César Vallejo
La muerte de esta persona, Manuel González Prada, ha influido enormemente en el poeta. Su pérdida ha sido muy importante y, aunque muerto, el siente que todavía está presente en su vida. Es consciente de la fugacidad de la vida, que todos somos polvo y barro y que volveremos a la tierra en cualquier momento. El poeta hace referencia a la falta de Marías en este ensayista, pensador y poeta. Esto se debe a que estaba a favor de una educación laica, en la que la religión no tuviera cabida.
Sin embargo, para el poeta su figura tiene que ver mucho con la divinidad por la importancia que tuvo como hombre. No era una persona creyente y sin embargo influyó decididamente en la sociedad de su momento, desde muchos puntos de vista. César Vallejo llora su pérdida pero no quiere lutos y velas alrededor del cadáver porque no es lo que él querría. Para el poeta, la vida es un juego de azar en el que nosotros tiramos los dados y, en función de lo que salga, la muerte podrá venir o no a buscarnos.
Es consciente de la fugacidad de la vida, de que esta, hasta cierto punto, es un juego en el que estamos todos y la última casilla del mismo es la muerte, la sepultura y volver a la tierra de la que hemos nacido. La idea del juego de azar, de los dados que tiramos en el tablero y que son los que deciden que avancemos, que nos paremos o que lleguemos al final, es una constante en el poema, que ya tiene su importancia en el propio título del mismo.
El personaje del que habla César Vallejo en su poema, fue muy importante en la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX. Fue una referencia como escritor, en la política, etcétera. Este personaje, de origen peruano, le marco profundamente, por lo que podemos intuir en este poema. No solamente parecía unirles la creación literaria o el conocimiento mutuo, sino que la relación que había entre ambos parecía una amistad sólida de muchos años. Su pérdida ha sido algo que lo ha sentido muy profundamente y le ha provocado un sincero dolor en su alma.
Poema original: Los dados eternos
Dios mío, estoy llorando el ser que vivo; 1
me pesa haber tomádote tu pan; 2
pero este pobre barro pensativo 3
no es costra fermentada en tu costado: 4
tú no tienes Marías que se van! 5Dios mío, si tú hubieras sido hombre, 6
hoy supieras ser Dios; 7
pero tú, que estuviste siempre bien, 8
no sientes nada de tu creación. 9
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él! 10Hoy que en mis ojos brujos hay candelas, 11
como en un condenado, 12
Dios mío, prenderás todas tus velas, 13
y jugaremos con el viejo dado... 14
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte 15
del universo todo, 16
surgirán las ojeras de la Muerte, 17
como dos ases fúnebres de lodo. 18Dios mío, y esta noche sorda, oscura, 19
25
ya no podrás jugar, porque la Tierra 20
es un dado roído y ya redondo 21
a fuerza de rodar a la aventura, 22
que no puede parar sino en un hueco, 23
en el hueco de inmensa sepultura. 24